Los viajes papales son preparados con mucha antelación, sin sofocos y, en la medida de lo posible, con el mínimo de imprevistos. Por eso han estado pasando los discursos, para revisión, tanto en el Vaticano como en los palacios de los gobiernos del estado y de la ciudad de Rio de Janeiro y el mismo Planalto, sede de la presidencia de la República. La Jornada Mundial de la Juventud fue precedida por la sorprendente Jornada Nacional.
El papa Francisco, a quien muchos jóvenes ya le llaman «papa Chico”, llegará al Brasil el 22 de julio. Permanecerá seis días en Rio, con una breve escapada al santuario nacional de Aparecida, en la mañana del día 24.
En la intensa programación oficial las autoridades civiles han llevado la parte del león, pues estarán con el papa el día 22, al recibirlo en el aeropuerto Tom Jobim; el día 25, para entregarle las llaves de la ciudad; el 26, cuando él recibirá en el palacio San Joaquín al Comité Organizador y a diez grandes patrocinadores de la JMJ; el día 27 por la mañana, en el Teatro Nacional, donde el papa encontrará, como dice la programación, «a la clase dirigente del Brasil”; y el 28, al despedirlo en la base aérea de Galeão.
El programa prevé, el día 25, en el Palacio de la Ciudad, un acontecimiento inusitado: Francisco bendecirá las banderas oficiales de los Juegos Olímpicos y Paralímpicos; juegos que sobrepasan toda la diversidad religiosa mundial y en los cuales nunca ha participado el Vaticano.
Aparte de algunos pocos jóvenes seleccionados para algún encuentro privado con el papa, Francisco va a recibirlos colectivamente la tarde del día 25, al acoger en Copacabana a los participantes en la JMJ; en el viacrucis la tarde del día siguiente, también en Copacabana; en la vigilia del sábado 27, en Guaratiba; y en la misa de la mañana del domingo 28, también en Guaratiba, y por la tarde al bendecir a 15 mil voluntarios, no todos jóvenes, que ayudaron a preparar la JMJ.
La novedad es que el papa Francisco llegará a un país en ebullición, donde la juventud, finalmente, «conoce y marca la hora, no espera a ver qué sucede”.
¿De qué tienen hambre estos jóvenes? De Dios, si juzgamos sus manifestaciones desde la óptica teológica de que la vida es el don mayor que nos ha sido concedido por el Creador, y la juventud ocupa las calles para exigir que «todos tengan vida y vida en plenitud” (Juan 10,10), lo que implica mejorar la salud, la educación, el transporte público, etc.
La JMJ, comenzada ya desde junio, comprueba que la juventud brasileña tiene hambre de pan y de belleza. Quiere la erradicación de la miseria, del analfabetismo y de las colas en los hospitales y puestos de salud, y que el dinero sea empleado en beneficio de la población y no desviado para obras faraónicas y la descarada corrupción.
Reivindican también saciar el hambre de belleza: de cultura, de ética en la actividad política, de un sentido a su existencia que los libre de la presión del consumismo neoliberal y los convierta en protagonistas de un proceso democrático de verdad participativo y no meramente delegativo, como sucede hasta ahora con la clase política divorciada de la sociedad civil.
Sería estupendo que los responsables de la JMJ hicieran saber al papa que se va a encontrar en el Brasil una juventud impregnada de los tres principales valores evangélicos: fe, esperanza y amor. Quizás en sus contenidos no coincidan exactamente con los del catecismo católico, pero sus objetivos obligan a nuestros políticos a voltearse hacia el bien común, prioridad de la doctrina social de la Iglesia.
[Traducción de J.L.Burguet]
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Fonte: http://www.adital.com.br/site/noticia.asp?lang=ES&cod=76532
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