* Ivone Gebara e teóloga ecofeminista brasileira, é moi coñecida pola nosa comunidade. O presente texto é unha versión levemente cortada do articulo publicado en «Procuras ecofeministas en prosa poética» que non ten perdido actualidade.
Se atribuye al profeta Mahoma la enseñanza sobre la mejor yihad —guerra santa— que debemos vivir. Dicen que para él la más perfecta yihad es aquella asumida para conquistarse a sí mismo, para mejorar uno mismo. Y a partir de ahí edificar un mundo de salvación para todas las personas. Se atribuye a Jesús la enseñanza del amor a uno/a mismo/a y a los/as otros/as como expresiones de un único amor. Y este camino exige esfuerzo continuo, exige capacidad de renunciar a las cosas, las personas, las situaciones y los bienes que nos esclavizan. Por eso, las leyes han sido hechas para ayudarnos en el camino de la libertad, y no lo contrario. Y libertad es un proceso nunca acabado de elección del bien común. En el fondo, éste parece ser el sentido del “llamado a la libertad” tan presente en la tradición cristiana. pero una vez más, no es la libertad para hacer cualquier cosa que halague mi ego individual o que reduzca al otro a mí mismo, sino que es la libertad para rechazar cualquier forma de esclavitud. En ambos, en Mahoma y en Jesús se trata de una educación, de un esfuerzo cotidiano por saber amarse y amar a los otros y las otras. No hay reglas preestablecidas en ese camino, no hay guías únicas ni verdades absolutas a ser reproducidas. Hay algunas pistas, algunas luces, algunas indicaciones nacidas de la propia sabiduría humana. Pero no es así que sus enseñanzas han sido vividas.
¿Y si no hubiera religiones institucionalizadas? Lo que parece común entre estas maneras de ver la vida humana es la invitación a cada persona a buscar el camino del respeto mutuo, el camino de los límites necesarios para la convivencia social, es decir la invitación para crear un mundo donde todas y todos quepan. Pero mientras tanto, lo que se ve es la guerra en nombre de los diferentes dioses, de los diferentes líderes religiosos y delas diferentes interpretaciones de convicciones religiosas. Los estados y los políticos se apropian de las creencias religiosas y hacen de ellas instrumentos de conquista y dominación. Interpretan y reinterpretan los textos llamados sagrados según sus ideologías. Sacan expresiones o palabras de su contexto de origen y las usan de forma que sirvan a sus propios intereses. Hacen de esas palabras interpretadas la verdad que estructura su propia tradición. Se vuelven cada vez más intolerantes con las interpretaciones ajenas, como si cada grupo tuviese la seguridad absoluta de poseer la “verdad”. Hablan de la necesaria tolerancia con los diferentes, pero en la realidad arman trampas mortales a los que son simplemente distintos de su propia imagen. La intolerancia es su cotidiani dad, su fuerza y su identidad. Necesitan de ella para mantener su poder y acusar a los diferentes de enemigos y traidores de la tradición.
Cuántas veces, al constatar el triste cuadro de la historia humana, donde la intolerancia en todos los niveles reina como dios, pensamos: ¿Y si no fuera así? ¿Y si fuera diferente? ¿Y si nadie tuviera una religión ni una nacionalidad? ¿Y si no hubiera religiones institucionalizadas? ¿Y si no hubiera poderes religiosos por encima de nosotros? ¿Y si no tuviéramos los sacerdotes que controlan y dominan las conciencias? ¿Y si pudiéramos volver al inicio, a algo anterior a las instituciones religiosas y anterior a los estados nacionales? ¿Y si fuéramos simplemente habitantes de la Tierra?
Sin duda los “si” aplicados al pasado no construirán la historia presente. Pero los “sí” aplicados al presente y al futuro son indicadores de que soñamos con un mundo diferente, que pensamos en otras posibilidades, que acariciamos otras utopías. Por eso, queremos ir hacia adelante, pero bebiendo de las aguas de nuestro pozo original. Queremos ir hacia adelante sin olvidar las cosas buenas de nuestra historia colectiva. Pero ¿cómo volver al principio, al comienzo? ¿Puede una mujer o un hombre ya adulto volver al vientre de su madre? Es exactamente ésa nuestra pregunta y nuestra nostalgia simbólica: poder continuar la vida, pero de un modo simple, de un modo anterior al nacimiento de las divisiones religiosas. Nuestros nostálgicos suspiros hablan de lo que no es y aspiran a ese mundo que no es violencia, agresión, competencia mortal, destrucción de la naturaleza y de lo humano. ¿Cómo rescatar los hilos que tejían una existencia marcada por el respeto y por la conquista cualitativa de lo humano? ¿Cómo traspasar los dogmatismos políticoreligiosos que imponen su voluntad sobre nosotros y nos dominan con sus corrientes de palabras bonitas y de invitaciones a la guerra contra el mal? ¿Cómo parar la utilización del sufrimiento de tantas y tantas personas, usadas como armas de guerra en nombre de divinidades poderosas con varias caras y varios nombres? ¿Cómo parar los sufrimientos inútiles y las farsas religiosas?¿Será posible nacer de nuevo? ¿Será posible entrar en las profundidades de nuestra tierra común y renacer de nuevo? ¿Será posible pensar que las entrañas humanas, no los dioses o diosas, se revelen unas a otras en una tentativa de recomenzar la amorosa pasión por la vida? ¿Será posible nacer sin dioses? No sé responder a mis propias preguntas. Algunas ideas me habitan en esta ansia de encontrar caminos.
¿Cuál es tu División? Vuelvo en primer lugar al origen de la palabra religión, al religare latino, ligar las cosas que están separadas, unirlas para que vivan juntas. La religión debería servir sólo para ligar las partes de nuestro mundo y convertirlo en un solo mundo. La religión debería ser sólo el esfuerzo de la conciencia y del cuerpo para acoger la interdependencia constitutiva de todo lo que existe. Cada parte se tornaría el todo y el todo sería cada parte. La religión debería servir para superar la oposición entre las partes y hacer que ellas perciban que solas no pueden existir. Las Religiones se transformaron hoy en Divisiones. ¡Tal vez hasta deberían ser llamadas así! “¿Cuál es tú División?”. Cada uno se vuelve parte de un mundo dividido, subdividido, partido, fragmentado. Cualquier conflicto dentro de una misma División es una subdivisión; cualquier discordia interpretativa es otra división más; cualquier división dudosa de bienes o de ideas es una nueva ruptura. Las Divisiones se multiplican sobre la faz de la tierra y hacen olvidar el sentido verdadero de la Religión. Las legiones y los soberanos de las Divisiones no se ligan, no se religan, sino que se multiplican en nuevas divisiones. Las Divisiones actuales ya no invitan a pensar el mundo, sino sólo a sentirlo a partir de nuestra sensibilidad periférica. Las sensaciones se convierten en la verdad. Todos quieren sentir a Dios, sentir paz, sentir la libertad, sentir la cura de sus cuerpos y de sus almas. Se abdica del pensamiento. ¡Se abdica de la sabiduría común acumulada durante milenos! Para sólo “sentir” es necesario de nuevo obedecer a un dios de tal o cual División, condicionarse a su fuerza, someterse a los pastores de un rebaño de divididos sin rumbo y sin identidad. El rebaño siente su orfandad y se apega al primero que esboce un gesto paternal. Si hombres y mujeres se convierten sólo en rebaño de un pastor, anularán en sí mismos/as la capacidad refexiva que tardó milenios en acontecer en nosotros/as. Anularán la libertad ya conquistada. Permitirán que los pastores continúen engordando y las ovejas adelgazando. ¡Retrocederemos en humanidad. Las Divisiones no llevan al ser humano a encontrarse consigo mismo, lo llevan a sentirse masa dependiente de fuerzas ajenas. Las Divisiones dividen el cuerpo humano, el corazón humano, la mente humana, los grupos humanos. Las Divisiones imperan creando viejos y nuevos jerarcas que mantienen a las multitudes sumisas a su voluntad, a su ley, a su lugar. Las Divisiones nos llevan al mundo de la ilusión del amor, de la fIcción de la fraternidad y la sororidad, de la alienación de nuestra propia existencia. Las Divisiones parecen ayudar, a primera vista, a cargar el pesado fardo del cada día, a hacer olvidar los dolores y resentimiento, pero ¿por qué no se ven cambios palpables lo largo de la historia?¿Por qué la masa de adeptos continúa hambrienta y despreciada? Parece que las Divisiones necesitan de nuestros dolores, de nuestras angustias, de nuestros problemas, de nuestros preconceptos para existir como respuesta frágil y limitada, respuesta que sirve apenas para dar algún alivio, y para organizarse y continuar dominando mentes y corazones.
Cada División se aferra a los sufrimientos y esperanzas de su grey y, siguiendo su propio estilo, se mantiene como División. ¡Las Divisiones mataron la Religión!
-Volver a la Religión o resucitarla es tal vez no usar este nombre en vano.
-Volver a la Religión es olvidar que somos religiosos de tal o cual creencia particular.
-Volver a la Religión es sólo ser humanos, sin dioses, santos, pastores ni profetas.
-Volver a la Religión es escoger caminos que superen las Divisiones y construyan una
solidaridad real.
El desafío es buscar sólo la ligazón, la ligazón presente desde la fundación del mundo