“Queremos un mundo de paz, queremos ser hombres y mujeres de paz. Queremos que en nuestra sociedad destrozada por divisiones y por conflictos, estalle la paz. Nunca más la guerra”. El papa Francisco aprovechó el habitual Ángelus dominical para clamar contra la guerra en Siria. Encaramado a la ventana del Palacio Apostólico, bajo sus pies, la plaza de San Pedro estaba repleta de fieles. Casi gritaba, con los puños cerrados, la voz firme, aquella palabra ‘paz’ que seguía ripitiendo, como rezando un rosario. “He decidido convocar para toda la Iglesia el próximo 7 de septiembre, víspera de la Natividad de María, Reina de la Paz, una jornada de ayuno y de oración por la paz en Siria, en Oriente Medio y en el mundo entero”, dijo Jorge Mario Bergoglio.
“Mi corazón está profundamente herido por lo que está sucediendo en Siria y angustiado por los dramáticos desarrollos que se presentan», comentó en un Ángelus insólitamente largo y centrado en la actualidad, en el cual condenó el uso de armas químicas pero también la respuesta armada que están barajando EEUU y Francia . “¡Cuánto sufrimiento, cuánta devastación, cuánto dolor ha traído y trae el uso de las armas en aquel martirizado país, especialmente entre la población civil e inerme! ¡Pensemos en cuantos niños no podrán ver la luz del futuro!»
Con particular firmeza condenó el uso de las armas químicas: «Les digo que tengo aún fijas en la mente y en el corazón las imágenes terribles de los días pasados! ¡Hay un juicio de Dios y también un juicio de la historia sobre nuestras acciones al que no se puede escapar! Jamás el uso de la violencia lleva a la paz. ¡Guerra llama guerra, violencia llama violencia!”.
Una posición cristalina. No descontada, por su fuerza y detenimiento. En ella, quizás, ya se vislumbra alguna sugestión del nuevo secretario de Estado, el diplomático Pietro Parolin. El número dos del Vaticano empieza a trabajar el 15 de octubre, pero el anuncio de su nombramiento llegó justo ayer (sábado). La experiencia de Parolin en temas delicados como las relaciones entre la Iglesia y China, Vietnam o el Venezuela de Chávez, hace de él un hombre que va a devolver a la Santa Sede algo de centralidad en la comunidad internacional. Porque además de jefe espiritual —que insta a rezar por a paz— Jorge Mario Bergoglio es también jefe de un Estado, que dispone de un nutrido cuerpo diplomático, contactos y autoridad.
Con su discurso en la Plaza de San Pedro Francisco toma una posición clara como Papa y como hombre político. El Vaticano se coloca en el bando opuesto a el de EEUU y Francia. Condena a Assad y es contrario a la intervención militar en Siria. Y la condena con la ascendencia que le deriva no tanto de su dimensiones o poder temporal, sino de la influencia moral, aquel poder de disuasión que algunas veces contribuyó a calmar los ánimos en la historia: “Con toda mi fuerza, pido a las partes en conflicto que escuchen la voz de su propia conciencia, que no se cierren en sus propios intereses, sino que miren al otro como un hermano y emprendan con coraje y con decisión la vía del encuentro y de la negociación, superando la ciega contraposición.
Con la misma fuerza exhortó también a la Comunidad Internacional a hacer todo esfuerzo para promover, sin ulterior demora, iniciativas claras por la paz en esa nación, basadas en el diálogo y en la negociación, por el bien de la entera población siria”.
El 7 de septiembre, en la Plaza de San Pedro, desde las 19.00 y hasta las 24.00, Francisco rezará con los fieles presentes. Millones de personas le seguirán en el mundo, no solo católicas: “invito a unirse a esta iniciativa -pidió – según el modo que considerarán más oportuno, a los hermanos cristianos no católicos, a los pertenecientes a las demás religiones y a los hombres de buena voluntad”. Mientras tanto, con su mensaje pone también en marcha una silenciosa maquinaria diplomática.
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Fonte: http://elpais.com/m/internacional/2013/09/01/actualidad/1378043426_421554.html
“Queremos un mundo de paz, queremos ser hombres y mujeres de paz. Queremos que en nuestra sociedad destrozada por divisiones y por conflictos, estalle la paz. Nunca más la guerra”. El papa Francisco aprovechó el habitual Ángelus dominical para clamar contra la guerra en Siria. Encaramado a la ventana del Palacio Apostólico, bajo sus pies, la plaza de San Pedro estaba repleta de fieles. Casi gritaba, con los puños cerrados, la voz firme, aquella palabra ‘paz’ que seguía ripitiendo, como rezando un rosario. “He decidido convocar para toda la Iglesia el próximo 7 de septiembre, víspera de la Natividad de María, Reina de la Paz, una jornada de ayuno y de oración por la paz en Siria, en Oriente Medio y en el mundo entero”, dijo Jorge Mario Bergoglio.
“Mi corazón está profundamente herido por lo que está sucediendo en Siria y angustiado por los dramáticos desarrollos que se presentan», comentó en un Ángelus insólitamente largo y centrado en la actualidad, en el cual condenó el uso de armas químicas pero también la respuesta armada que están barajando EEUU y Francia . “¡Cuánto sufrimiento, cuánta devastación, cuánto dolor ha traído y trae el uso de las armas en aquel martirizado país, especialmente entre la población civil e inerme! ¡Pensemos en cuantos niños no podrán ver la luz del futuro!»
Con particular firmeza condenó el uso de las armas químicas: «Les digo que tengo aún fijas en la mente y en el corazón las imágenes terribles de los días pasados! ¡Hay un juicio de Dios y también un juicio de la historia sobre nuestras acciones al que no se puede escapar! Jamás el uso de la violencia lleva a la paz. ¡Guerra llama guerra, violencia llama violencia!”.
Una posición cristalina. No descontada, por su fuerza y detenimiento. En ella, quizás, ya se vislumbra alguna sugestión del nuevo secretario de Estado, el diplomático Pietro Parolin. El número dos del Vaticano empieza a trabajar el 15 de octubre, pero el anuncio de su nombramiento llegó justo ayer (sábado). La experiencia de Parolin en temas delicados como las relaciones entre la Iglesia y China, Vietnam o el Venezuela de Chávez, hace de él un hombre que va a devolver a la Santa Sede algo de centralidad en la comunidad internacional. Porque además de jefe espiritual —que insta a rezar por a paz— Jorge Mario Bergoglio es también jefe de un Estado, que dispone de un nutrido cuerpo diplomático, contactos y autoridad.
Con su discurso en la Plaza de San Pedro Francisco toma una posición clara como Papa y como hombre político. El Vaticano se coloca en el bando opuesto a el de EEUU y Francia. Condena a Assad y es contrario a la intervención militar en Siria. Y la condena con la ascendencia que le deriva no tanto de su dimensiones o poder temporal, sino de la influencia moral, aquel poder de disuasión que algunas veces contribuyó a calmar los ánimos en la historia: “Con toda mi fuerza, pido a las partes en conflicto que escuchen la voz de su propia conciencia, que no se cierren en sus propios intereses, sino que miren al otro como un hermano y emprendan con coraje y con decisión la vía del encuentro y de la negociación, superando la ciega contraposición.
Con la misma fuerza exhortó también a la Comunidad Internacional a hacer todo esfuerzo para promover, sin ulterior demora, iniciativas claras por la paz en esa nación, basadas en el diálogo y en la negociación, por el bien de la entera población siria”.
El 7 de septiembre, en la Plaza de San Pedro, desde las 19.00 y hasta las 24.00, Francisco rezará con los fieles presentes. Millones de personas le seguirán en el mundo, no solo católicas: “invito a unirse a esta iniciativa -pidió – según el modo que considerarán más oportuno, a los hermanos cristianos no católicos, a los pertenecientes a las demás religiones y a los hombres de buena voluntad”. Mientras tanto, con su mensaje pone también en marcha una silenciosa maquinaria diplomática.