Hay algo que me preocupa: la confesionalización de la política. En la elección de Dilma el tema religioso tuvo más preponderancia que los programas de gobierno. Y en la de gobernador de la capital paulista, pastores y obispos se pelearon, y el sacerdote Marcelo Rossi se convirtió en un icono político.
La modernidad separó Iglesia y Estado. Ahora el Estado es laico. Por eso no puede ser gobernado por una determinada creencia religiosa. Aunque todas ellas tienen derecho a difundir su mensaje y a promover manifestaciones públicas, siempre que respeten al que no cree o piensa de modo diferente.
El Estado debe estar al servicio de todos los ciudadanos, creyentes y no creyentes, sin dejarse manipular por tal iglesia o denominación religiosa.
El pasado de Occidente comprueba que mezclar el poder religioso y el poder político es reforzar el fundamentalismo y, en sus aguas turbias, cultivar el prejuicio, la discriminación e incluso la exclusión (Inquisición, «herejías”…). Todavía hoy, en Oriente Medio, la preponderancia de la doctrina religiosa en ciertos países produce políticas oscurantistas.
Tengo miedo de que en el Brasil esté gestándose el huevo de la serpiente. Ciertas denominaciones religiosas inscriben a sus pastores para cargos electivos; bancadas religiosas se constituyen en grupos legislativos; son movilizados los fieles según el esquema de la lucha del bien contra el mal; las iglesias se identifican con partidos; amplios espacios de los MCS son ocupados por el proselitismo religioso.
¿No se estará incubando algo peligroso? Ya no importa la lucha de clases ni sus contornos ideológicos. Ya no importa la fidelidad al programa del partido. Importa la creencia, la fidelidad a una determinada doctrina o a líderes religiosos; el «servicio voluntario” a la fe que moviliza mentes y corazones.
¿Qué sería de un Brasil cuyo Congreso Nacional estuviera dominado por legisladores que aprobaran leyes, no en beneficio del conjunto de la población sino para encuadrar a todos bajo la mampara de una doctrina confesional, tengan o no fe en dicha doctrina?
Sabemos que ninguna ley puede forzar a un ciudadano a abrazar tal principio religioso. Pero la ley puede obligarlo a someterse a un procedimiento que contraríe la razón y la ciencia, y sólo tiene sentido a la luz de un principio religioso, como prohibir la transfusión de sangre o el uso de preservativo.
No nos confundamos: la historia no sigue un movimiento lineal. A veces retrocede. Y lo que fue puede que vuelva a ser, si no logramos que predomine la concepción de que el amor -que no conoce barreras y «todo lo tolera”, como dice al apóstol Pablo- siempre debe prevalecer sobre la fe.
[Traducción de J.L.Burguet]
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Fonte: http://www.adital.com.br/site/noticia.asp?lang=ES&cod=72186