31 de marzo: Sábado Santo. Vigilia Pascual
Evangelio: Mc 16, 1-7
1Cuando pasó el sábado, María Magdalena, María de Santiago y Salomé compraron perfumes para ir a ungirlo. |
2El primer día de la semana, muy temprano, cuando amanecía, llegaron al sepulcro.
3Se decían:
—¿Quién nos moverá la piedra de la entrada del sepulcro?
4Alzaron la vista y observaron que la piedra estaba movida. Era muy grande. 5Al entrar al sepulcro, vieron un joven vestido con un hábito blanco, sentado a la derecha; y quedaron sorprendidas.
6Les dijo:
—No tengan miedo. Ustedes buscan a Jesús Nazareno, el crucificado. No está aquí, ha resucitado. Miren el lugar donde lo habían puesto. 7Vayan ahora a decir a sus discípulos y a Pedro que irá delante de ellos a Galilea. Allí lo verán, como les había dicho.
8Ellas salieron corriendo del sepulcro, asustadas y fuera de sí. Y de puro miedo, no dijeron nada a nadie.
(Tomado de la Biblia del Peregrino)
Meditación
Es un día de mucho silencio. Cristo está callado en el sepulcro. Su evangelio no resuena en las palabras. Resuena misteriosamente en aquel cuerpo silenciado, que en el silencio de Dios pasa de la muerte a la vida. Un cuerpo muerto que sabe al amor que, con la palabra y con los hechos, fue compartiendo con cantos hombres y mujeres se encontraron con él en la vida. Un cuerpo muerto al que nadie osaría negarle la vida. Un cuerpo que desprende vida. Así es un milagro natural, normal, que podamos hablar de Jesús, el Cristo, resucitado. Que lo adivinemos alejando losetas, saltando los colindantes de la muerte, para reencontrarse en las fuentes de la vida, en Dios, y seguir pensando en cosas de vida en este mundo, empujando para eso sus discípulos y discípulas de siempre, de ayer y de hoy. Jesús, el Cristo, resucitado. Vivo entre nosotros, para nosotros. Vivo para crear vida en nuestros nuestros corazones, en nuestras comunidades, nos nuestros pueblos. Invitándonos a la vida, que de una vez sea digna, sana, en hermandad, feliz. Un día de mucho silencio, de mucha espera. Al pie de quien espera en silencio y amargura que el sol alumbre su vida.
Oración
Te aplaudo con mis manos, mi Dios, por el inmenso caudal de vida que tú eres.
Te aplaudo con mi corazón, mi Dios, por el prodigio de Jesús en su vida, en su muerte, en su resurrección.
Te aplaudo con mi silencio, mi Dios, porque calladamente revolucionas el mundo y lo conviertes en tierra de esperanza.
Te aplaudo con mi vida toda, mi Dios, asentada felizmente en ti, fuente de vida.
Te aplaudo con la gente más frágil de este mundo, mi Dios, porque en ti tienen porvenir asegurado y en mí, en el que pueda y sepa, una mano amiga, una mano crucificada, una mano pascual.
Acción
Festejemos la Pascua. Celebremos, comamos, bebamos, bailemos en comunidad. Echemos el ojo a alguna persona o situación social acoquinada y vayamos hacia ella compartiendo vida.
(Original de Manolo Regal – Escola de Espiritualidade de Galicia…. AQUI)