Evanxeo do Domingo 26 de Novembro e comentario de Pagola
Mt 25, 31-46
Naquel tempo, díxolles Xesús ós seus discípulos: Cando veña o Fillo do Home na súa gloria e tódolos anxos con el, sentará no seu trono glorioso. Diante del xuntaranse tódalas nacións; e separará uns dos outros, como xebra o pastor as ovellas das cabras. E poñerá as ovellas á súa dereita, e as cabras á súa esquerda. Entón dirá o Rei ós da súa dereita: Vinde, benditos do meu Pai, recibide a herdanza do reino preparado para vós desde a creación do mundo. Porque tiven fame, e déstesme de comer; tiven sede, e déstesme de beber; fun forasteiro, e acolléstesme; estiven en coiro, e vestístesme; enfermo, e visitástesme; na cadea, e viñéstesme ver. Entón preguntaranlle os xustos: Señor, ¿cando te vimos famento e che demos de comer, ou sedento e che demos de beber? ¿Cando te vimos forasteiro e te acollemos, ou en coiro e te vestimos? ¿Cando te vimos enfermo ou na cadea e te visitamos? O Rei contestaralles: Dígovolo de verdade: Canto fixestes cun destes irmáns meus máis pequenos, fixéstelo comigo. E diralles logo ós da súa esquerda: Arredade de min, malditos, ide para o lume eterno, preparado para o Satán e para os seus anxos. Porque tiven fame e non me destes de comer; tiven sede e non me destes de beber; fun forasteiro, e non me acollestes; estiven en coiro, e non me vestistes; enfermo e na cadea, e non me visitastes. Entón tamén eles lle preguntarán: Señor, ¿cando te vimos famento ou sedento, forasteiro ou en coiro, enfermo ou na cadea, e non che acudimos? El responderalles: Dígovolo de verdade: Canto deixastes de facerlle a un destes máis pequenos, deixastes de mo facer a min. Estes irán ó castigo eterno, e os xustos á vida eterna.
El relato de Mateo no es propiamente una parábola, sino una evocación del juicio final de todos los pueblos. Toda la escena se concentra en un diálogo largo entre el juez, que no es otro que Jesús resucitado, y dos grupos de personas: los que han aliviado el sufrimiento de los más necesitados y los que han vivido negándoles su ayuda.
A lo largo de los siglos, los cristianos han visto en este diálogo fascinante «la mejor recapitulación del Evangelio», «el elogio absoluto del amor solidario» o «la advertencia más grave a quienes viven refugiados falsamente en la religión». Vamos a señalar las afirmaciones básicas.
Todos los hombres y mujeres, sin excepción, serán juzgados por el mismo criterio. Lo que da un valor imperecedero a la vida no es la condición social, el talento personal o el éxito logrado a lo largo de los años. Lo decisivo es el amor práctico y solidario a los necesitados de ayuda.
Este amor se traduce en hechos muy concretos. Por ejemplo, «dar de comer», «dar de beber», «acoger al inmigrante», «vestir al desnudo», «visitar al enfermo o encarcelado». Lo decisivo ante Dios no son las acciones religiosas, sino estos gestos humanos de ayuda a los necesitados. Pueden brotar de una persona creyente o del corazón de un agnóstico que piensa en los que sufren.
El grupo de los que han ayudado a los necesitados que han ido encontrando en su camino no lo ha hecho por motivos religiosos. No ha pensado en Dios ni en Jesucristo. Sencillamente ha buscado aliviar un poco el sufrimiento que hay en el mundo. Ahora, invitados por Jesús, entran en el reino de Dios como «benditos del Padre».
¿Por qué es tan decisivo ayudar a los necesitados y tan condenable negarles la ayuda? Porque, según revela el juez, lo que se hace o se deja hacer a ellos se le está haciendo o dejando de hacer al mismo Dios encarnado en Cristo. Cuando abandonamos a un necesitado estamos abandonando a Dios. Cuando aliviamos su sufrimiento lo estamos haciendo con Dios.
Este sorprendente mensaje nos pone a todos mirando a los que sufren. No hay religión verdadera, no hay política progresista, no hay proclamación responsable de los derechos humanos si no es defendiendo a los más necesitados, aliviando su sufrimiento y restaurando su dignidad.
En cada persona que sufre, Jesús sale a nuestro encuentro, nos mira, nos interroga y nos interpela. Nada nos acerca más a él que aprender a mirar detenidamente el rostro de los que sufren con compasión. En ningún lugar podremos reconocer con más verdad el rostro de Jesús.
José Antonio Pagola