Baja los dos kilómetros de escarpada montaña con las manos en los bolsillos, sin perder el equilibrio ni una sola vez. Con paso seguro. Vestido con unas deportivas carcomidas por el barro, un pantalón de chándal, un jersey verde y un gorro de lana; Buback, un maliense de 17 años, vive en el petit fôrét, en una ladera de una de las montañas que rodea Ceuta, apenas a tres kilómetros del paso fronterizo. De camino a su casa, una pequeña cueva, describe la fría madrugada del jueves, cuando intentó saltar la frontera junto a más de 300 subsaharianos. Al menos 14 perdieron la vida. Ahogados unos, aplastados otros.
“Quedamos a las doce de la noche en este campo de fútbol”, cuenta el joven mientras señala una explanada de piedras y cantos, en mitad de dos montañas. “A las dos de la madrugada empezamos la marcha hasta la valla”, apostilla. A las ocho de la mañana, el joven cuenta que se lanzó al agua en el dique marroquí. “Tenía que pasar como fuese”. Pero no lo consiguió. Sonaban las sirenas de los coches de policía, se oían los tiros al aire disuasorios. “Los agentes españoles nos lanzaban pelotas blancas de goma”, relata Buback, apoyado delante de una pequeña casa a la que señala y dice “es de un marroquí”.
En una aldea de apenas tres casas, el joven cuenta que los agentes españoles, subidos en las piedras, les disparaban a los que estaban en agua. Él sabe nadar. Otros, no. Y entonces empieza a enumerar: llantos, sangre, miedo, carreras y “pum, pum, pum”.
Antes de todo eso, antes del enfrentamiento con los agentes marroquies y españoles, el grupo de 300 subsaharianos anduvo durante tres horas hasta la valla. “Esa noche no llovió, a la siguiente, sí”, rememora el chaval. Intentaron una primera vez traspasar la verja. Pero no lo lograron. Hubo una segunda vez. Tampoco. Y a la tercera, cuando los inmigrantes se dividieron en tres grupos, ocurrió la tragedia.
“Vimos sacar 14 cuerpos. ¡14!”, exclama el maliense, que dejó en su país a sus padres y un hermano, llegó a Marruecos en coche hace un año y pagó por ese viaje 600 euros, asegura. ¿Cómo lo pagaste? “¿Eh…?”. Se hace el loco.
El chaval sortea las piedras del camino con agilidad y a la vez afirma que la Guardia Civil —en un pobre español— los devolvió a los militares marroquíes. “A muchos los arrestaron; yo me volví al bosque”. Asegura que volverá a intentar cruzar a España. Lo cuenta en su pequeña cueva, con un mechero en la mano y cuando trata de encender un fuego que le caliente en la noche del viernes. En la montaña, no se escucha nada. Escondido. Tampoco se ve nada. “Antes estaba más cerca de Ceuta, pero me volví a meter más adentro del bosque”, añade en francés.
Los subsaharianos han decidido, desde el jueves, evitar las carreteras y las ciudades. En vías antes llenas, ya casi no se les ve. “Por la policía marroquí. Es horrible. Nos pegan”. En los montes próximos del paso del Tarajal se suceden hasta una docena de campamentos abandonados, con las improvisadas cabañas tiradas al suelo y la ropa desperdigada.
Buback telefonea a un amigo, que también conocía a alguno de los muertos y repite sus nombres: “Dacoleiv, Keta Ibrahim, Oncle Nonga, S. Matin” . De Camerún, Togo, Senegal. E insiste para que tome nota de cada uno de ellos. Ese es su pequeño homenaje. Una vez oscurecido, el joven sigue moviéndose por el bosque con aplomo. Conoce su actual hogar al detalle. ¿Y en el futuro? “Barcelona, ahí tengo a mi otro hermano. Ahí quiero ir”.
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Fonte: http://politica.elpais.com/politica/2014/02/07/actualidad/1391806635_895622.html