La Primavera Arabe hizo tambalear a toda una serie de regímenes autocráticos. Con la renuncia del papa Benedicto XVI, ¿no sería posible algo similar en la Iglesia Católica, una Primavera Vaticana? El sistema de la Iglesia Católica naturalmente se parece menos a Túnez o Egipto que a una monarquía absoluta como Arabia Saudita. En ambos casos no hay reformas auténticas, sólo concesiones menores. En ambas, se invoca la tradición para oponerse a la reforma.
¿Pero esa tradición es verdadera? La iglesia se mantuvo durante un milenio sin un papado monárquico absolutista del tipo que conocemos hoy. Fue sólo en el siglo XI cuando una «revolución desde arriba», la «Reforma Gregoriana» iniciada por el papa Gregorio VII, nos legó las tres características imperecederas del sistema romano: un papado centralista-absolutista, clericalismo forzoso y celibato obligatorio para los sacerdotes. Los esfuerzos de los concilios de reforma del siglo XV, los reformistas del siglo XVI, la Ilustración y la Revolución Francesa de los siglos XVII y XVIII y el liberalismo del siglo XIX tuvieron un éxito parcial. El Concilio Vaticano II, si bien abordó muchas de las preocupaciones de los reformistas y los críticos modernos, se vio frustrado por el poder de la Curia, el órgano de gobierno de la iglesia.
En 2005, Benedicto mantuvo conmigo una cordial conversación de 4 horas en su residencia de verano de Castelgandolfo en Roma, una de las pocas acciones audaces de su papado. Yo había sido colega suyo en la Universidad de Tubingen y también su más duro crítico. En 22 años, gracias a la revocación de mi licencia de enseñanza eclesiástica por haber criticado la infalibilidad papal, no habíamos tenido el menor contacto privado. Para mí, y para todo el mundo católico, la reunión fue motivo de esperanza. Pero el pontificado de Benedicto se caracterizó por las malas decisiones. El papa irritó a las iglesias protestantes, los judíos, los musulmanes, los indios de América Latina, las mujeres, los teólogos reformistas y todos los católicos partidarios de la reforma.
Los grandes escándalos de su papado son conocidos: uno fue el reconocimiento de la archiconservadora Hermandad Sacerdotal San Pío X del arzobispo Marcel Lefèvre y el del obispo Richard Williamson, que niega el Holocausto. Otro fueron los abusos sexuales de niños y jóvenes por parte de los sacerdotes, de cuyo encubrimiento el papa fue en gran medida responsable. Y también estuvo el caso de los «Vatileaks», que revelaron una espantosa cantidad de intrigas, luchas de poder, corrupción y deslices sexuales en la Curia y que parecen ser la principal razón de la renuncia de Benedicto.
Ahora todo el mundo se pregunta: ¿El próximo papa podrá, pese a todo, inaugurar una nueva primavera para la Iglesia Católica?
En la situación dramática que vive hoy, la iglesia necesita un papa que no viva intelectualmente en la Edad Media, un papa que defienda la libertad de la iglesia en el mundo no sólo dando sermones sino luchando con palabras y hechos por la libertad y los derechos humanos dentro de la iglesia, para los teólogos, para las mujeres y para todos los católicos que quieren decir la verdad abiertamente, un papa que ponga en práctica una democracia apropiada en la iglesia.
Como último teólogo activo en haber participado en el Concilio Vaticano II (junto con Benedicto), me pregunto si, al iniciarse el Cónclave, como ocurrió al comenzar el Concilio, no habrá un grupo de cardenales valientes que enfrenten con firmeza a la línea dura del catolicismo y exijan un candidato que esté dispuesto a aventurarse en nuevas direcciones.
Si el próximo cónclave elige a un papa que siga por el viejo camino, la iglesia nunca experimentará una nueva primavera sino que caerá en una nueva era del hielo y correrá el peligro de convertirse en una secta cada vez más irrelevante.
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Fonte: http://www.periodistadigital.com/religion/opinion/2013/03/01/habra-una-primavera-para-el-vaticano-religion-iglesia-vaticano-kung.shtml