La visión que tenemos del mundo interfiere nuestra visión de Dios, así como el modo como entendemos a Dios influye en nuestra visión de la vida y del mundo. A lo largo de mil años predominó en Occidente la cosmovisión de Ptolomeo, que consideraba a la Tierra el centro del Universo, lo cual favoreció la hegemonía espiritual, cultural y económica de la Iglesia, vista desde la fe como imagen de la Jerusalén celestial.
Con la llegada de la Edad Moderna, gracias a la nueva cosmovisión de Copérnico, completada luego por Galileo y Newton, se constató que la Tierra es apenas un pequeño planeta. Como mulata de escuela de samba, gira alrededor de su propia cintura (24 horas, día y noche) y de su jefe el Sol (365 días, un año). El paradigma de la fe cedió su lugar a la razón, la religión a la ciencia, Dios al ser humano. Se pasó de la visión geocéntrica a la heliocéntrica, de la teocéntrica a la antropocéntrica.
Y ahora la modernidad cede el puesto a la posmodernidad. Una vez más nuestra visión del Universo sufre cambios radicales. Newton cede su lugar a Einstein, y la llegada de la astrofísica y de la física cuántica nos obliga a ver el Universo de diferente modo y por tanto también la idea de Dios.
Si en la Edad Media Dios vivía ‘allá arriba’, y en la Edad Moderna ‘aquí abajo’, dentro del corazón humano, ahora conocemos mejor lo que el apóstol Pablo quiso decir al afirmar: «Él no está lejos de cada uno de nosotros, pues en Él vivimos, nos movemos y existimos, como alguno de sus poetas dijo: ‘Somos de la raza del mismo Dios’” (Hechos 17, 27-28).
La física cuántica, que penetra en la intimidad del átomo y describe el baile de las partículas subatómicas, nos enseña que toda la materia, en todo el Universo, no pasa de ser energía condensada. En el interior del átomo nuestra lógica cartesiana no funciona, pues allí predomina el principio de la indeterminación, o sea que no se puede prever con exactitud el movimiento de las partículas subatómicas. Esa imprevisibilidad sólo predomina en dos instancias del Universo: en el interior del átomo y en la libertad humana.
¿En qué modifica la física cuántica nuestra visión del Universo? Ella nos libera de los conceptos de Newton, de que el Universo es un gran reloj fabricado por el divino Relojero y cuyo funcionamiento puede ser bien conocido estudiando cada una de sus piezas. La física cuántica enseña que falta el sujeto observador (el ser humano) frente al objeto observado (el Universo). Todo está íntimamente ligado. El batir de alas de una mariposa en el Japón desencadena una tempestad en Sudamérica… Nuestro modo de examinar las partículas que se mueven en el interior del átomo interfiere en su recorrido…
Todo lo que existe coexiste, subsiste, preexiste, y se da una inseparable interacción entre el ser humano y la naturaleza. Lo que le hacemos a la Tierra provoca una reacción por parte de ella. No estamos por encima de ella, somos parte y resultado de ella; ella es la Pacha Mama o, como decían los antiguos griegos, Gaya, un ser vivo. Debiéramos mantener con ella una relación inteligente de sustentabilidad.
Este nuevo paradigma científico nos permite contemplar el Universo con ojos nuevos. No todo es Dios, pero Dios se revela en todo. Nuestra visión religiosa es ahora panenteísta. No confundir con panteísta. El panteísmo afirma que todas las cosas son Dios. El panenteísmo dice que Dios está en todas las cosas. «En Él vivimos, nos movemos y existimos”, como dice Pablo. Y Jesús nos enseña que Dios es amor, esa energía que atrae todas las cosas, desde las moléculas que estructuran una piedra hasta las personas que comulgan en un proyecto de vida.
Como decía Teilhard de Chardin, en el amor converge todo, desde los átomos, moléculas y células que forman los tejidos y órganos de nuestro cuerpo hasta las galaxias que se aglomeran por millones en esta nuestra Casa Común que llamamos, no Pluriverso, sino Universo.
[Traducción de J.L.Burguet]
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