Tras a morte dunha persoa sen fogar sempre hai unha historia

Nas rúas de Vigo máis de 300 persoas malviven sen que polo momento exista un albergue de titularidade pública. Aínda que na maioría das veces falamos da xente sen fogar como colectivo non debemos de esquecer que detrás de cada un deses 300 cidadáns que sofren nas nosas rúas por mor da pobreza hai unha historia persoal. O xornal El País onte publicaba un artigo titulado: Muerte de un «don nadie», La familia de un indigente se entera de su fallecimiento por Internet, que nos fala da triste historia de Ramiro.

Luis Ramiro Álvarez, un delineante de 29 años, consultó la semana pasada Internet en el estudio de ingeniería en el que trabaja. Tecleó en Google el nombre de su padre, de quien no sabía nada desde hacía cuatro años. Lo encontró en una lista de fallecidos. Averiguó que había muerto seis meses antes en un hospital y que lo habían enterrado en la zona de caridad del cementerio sur al no hallar a su familia. El chico, impresionado, abrió su blog y escribió la historia de su progenitor en un post que tituló así: «Reconocimiento a la muerte de un don nadie».

Aún no sale de su asombro. «¿Cómo no nos han avisado si sabían su nombre y apellidos?» Los protocolos establecidos para localizar a las personas que mueren sin documentación no han funcionado en este caso. Bastaba con echar un vistazo a la guía telefónica para encontrar a cinco personas con los mismos apellidos del difunto, Álvarez Fidalgo. Dos de ellas son sus hermanas.

Luis Ramiro encontró el nombre de su padre en la lista de fallecidos del periódico Abc del 23 de julio. Ramiro Álvarez Fidalgo (0). No se especificaba su edad. «Con este simple dato en mis manos, me puse a mirar más páginas, y finalmente hallé el lugar en donde había sido enterrado a través de una página web de esquelas que además ofrece servicios funerarios», relata. Después fue al cementerio y entonces supo que había muerto en la Jiménez Díaz. Le acompañaba un tío cuando fue a la clínica: «Al visitarla en busca del historial médico para saber de qué demonios había muerto, nos encontramos con que allí poseían no solo su fecha de nacimiento, sino incluso su número de DNI, datos suficientes para poder haberse puesto en contacto con alguno de sus familiares en el momento de su defunción». Las Administraciones implicadas no se explican lo sucedido.

Luis Ramiro aún recuerda el día que encontró a su padre en un banco de Atocha, rodeado de gente fumando filtros, agarrados a unos cartones de vino como quien se abraza a una religión. Llevaba la camisa llena de lamparones. Se dio cuenta de que su progenitor se había convertido en uno de los muchos indigentes que merodean por la ciudad. Su declive personal había empezado a principio de los años noventa. Su mujer murió de un ataque al corazón y al año siguiente cerró la fábrica de piezas de coche donde trabajaba. Con 40 años se vio viudo y sin empleo. Nunca más volvió a encontrar un oficio.

El dinero que había cobrado por el despido se fue agotando hasta el punto de no poder afrontar el alquiler de la casa en la que vivía con sus dos hijos, Luis Ramiro y Diana. Mandó a los niños a vivir con sus tíos y él se echó a la calle, a dormir al raso. No quería la ayuda de nadie. «Es muy difícil y desesperante apoyar a alguien que no quiere. Es frustrante», cuenta Luis Ramiro. La familia le ofreció un piso vacío donde pudiese dormir y ducharse, pero siempre lo rehusó con alguna excusa.

Luis Ramiro se empeñó en hacerle el DNI hace cuatro años. Fue una de las últimas veces que lo vio. Se presentó repeinado y con una camisa blanca con manchas para ir a comisaría, pero no pudo renovar el documento porque le faltaba un papel del padrón. Ramiro prometió volver al día siguiente pero no lo hizo. Poco después murió su madre, una mujer muy mayor que le daba dinero para tabaco y comida. No fue al entierro. «Creo que no quería que nadie le viese», piensa el hijo.

Nadie sabe qué fue de Ramiro hasta el 12 de junio de este año. Sufrió un paro cardiaco en un albergue de la capital y le atendió el Samur. En el parte de los servicios de emergencias se recoge su nombre (no se sabe quién lo facilitó) y a continuación se especifica que sus antecedentes personales eran desconocidos. Lo trasladaron a urgencias de la clínica de la Concepción y un rato después lo subieron a la UCI. Allí falleció a las seis de la tarde. El hospital dio parte al Juzgado de Instrucción número 3 de Madrid, que decretó que el cadáver fuese trasladado al Instituto Anatómico Forense. Permaneció un mes en los frigoríficos de la Ciudad Universitaria hasta que el juez ordenó a la funeraria que lo enterrara.

En el protocolo que se sigue tras la muerte de un desconocido, en el que participa la policía, el juzgado y el hospital, algo falló. Nadie logró ponerse en contacto con la familia una vez que se le había identificado plenamente. La ley no aclara con precisión qué hacer en un caso como este. «Es un caso extraño. Ha habido un agujero en alguno de los pasos», aciertan a decir los encargados del protocolo.

La directora comercial de Interfunerarias, Sara Revilla, explica que hay dos formas de identificar a un paciente: que lleve documentación o que una tercera persona dé fe de su identidad. Después están los no identificados. «El hospital contacta entonces con servicios sociales para intentar localizar a la familia con los pocos datos que tengan, en este caso solo un nombre. Si no lo consigue, manda la documentación al juzgado y allí dan parte a la Policía Científica para que averigüe de quién se trata. Después, claro, hay que avisar a algún familiar para que lo sepa y puedan decidir qué hacer con el cuerpo», continúa Álvarez. Este último paso no se llevó a cabo esta vez.

El misterio se agranda al ver en el registro que en su parte de defunción tan solo aparecen su nombre y apellidos. El resto de casillas como el domicilio, la fecha de nacimiento o la edad están completadas con un «no consta». En un entierro de beneficencia que costó 2.262 euros al Ayuntamiento, Ramiro Álvarez fue enterrado en soledad. El municipio se hace cargo de unos 15 entierros de caridad al mes y en ello se ha gastado casi medio millón de euros este año. Un 18% más que en 2009.

Es imposible saber cuántos casos como este han ocurrido en la ciudad, pero la idea carcome al hijo del fallecido. «Si esto ocurre con normalidad, habrá que decirlo. Hoy ha pasado con mi padre, pero hay que evitar que ocurran cosas como estas con los indigentes. ¿Quién se ocupa?», agrega. Su padre se convirtió en un solitario que ni siquiera aparece en ningún registro de los Servicios Sociales del Ayuntamiento, que en febrero de este año contabilizó a 596 personas sin techo durante un recuento nocturno.

En el blog, Luis Ramiro deja sus impresiones: «No poseo el conocimiento de si este es el modus operandi en todos los fallecimientos de indigentes, pero lo que sí puedo saber es que mi padre mereció al menos un mínimo reconocimiento, ya no en vida, la cual eligió y no quiso ayuda de ningún tipo, pero por lo menos en su muerte por parte de sus familiares».

Continúa: «Vivió en la calle durante más de 10 años como un desconocido, y fue enterrado de igual manera, solo. Solo queda decir que hay quienes no le olvidamos, a pesar de que por lo visto se ponen medios para que esto ocurra». Luis Ramiro quiere que, ante todo, esto sirva de homenaje a su padre, muerto como «un don nadie». Que así sea.

Fonte: www.elpais.com/articulo/sociedad/Muerte/don/nadie/elpepusoc/20101111elpepusoc_1/Tes