El cuerpo en el cuerpo en el cuerpo, Frei Betto

Frei Betto ofrécenos un novo artigo titulado «El cuerpo en el cuerpo en el cuerpo» do que vos deixamos un anaco:

«Somos como la vieja que en un mercado indio bajó la cabeza para buscar algo en el suelo lleno de basura. Otros la imitaron. Hasta que preguntó un joven: «¿Qué busca la señora?». «Una aguja». «¡Una aguja! ¡Pero si aquí en el mercado hay millones de agujas a la venta y apenas cuestan nada!». Muchos ya abandonaban la búsqueda cuando ella exclamó: «Una aguja de oro». Entonces ellos volvieron a bajar la cabeza para buscar el precioso objeto. El joven hizo otra pregunta: «¿No tiene alguna idea de por dónde la perdió?». «Sí la tengo -dijo ella-, la perdí en casa». «¿En casa?», replicó el joven. «¿Y nos tiene a todos nosotros aquí de tontos en el mercado?». La vieja dijo a todos los que miraban: «Sí, busco aquí lo que perdí en casa, así como todos ustedes buscan fuera la felicidad y el amor que está dentro de ustedes».

El cuerpo en el cuerpo en el cuerpo, Frei Betto

En la fiesta de Corpus Christi conviene recordar que hay un cuerpo dentro de un cuerpo dentro de un cuerpo. De una explosión inicial, llamada Big Bang, surgió el Universo hace ciento treinta y siete millones de años y continúa expandiéndose a una velocidad constante. Hace cien millones de años una estrella llamada supernova dio origen a nuestro sistema solar. Un trozo de ella, sin calor suficiente para ser considerada estrella, se enfrió y hoy es conocido como planeta Tierra, aunque en él haya más agua que tierra.

Sutiles combinaciones ambientales se juntaron para permitir el surgimiento de la vida en la Tierra, hace unos 35 millones de años. En su proceso evolutivo el padre-universo, que engendró la camada de hijos conocida como sistema solar, y en la cual destaca la hija Tierra, vio irrumpir, en el seno de nuestro planeta, el fenómeno vida que, en sus variadas manifestaciones, engendró un ser dotado de inteligencia y sed de trascendencia conocido como humano.

Milenios después de la aparición del hombre y la mujer -ojos y conciencia del Cosmos- aparece en Oriente Medio un predicador ambulante que, heredero de la tradición religiosa hebrea, nos revela que Dios es amor y habita en nuestros cuerpos, somos templos divinos, dotados de irreductible sacralidad.

Muchos no prestaron atención a las palabras de Jesús. Continuaron buscando la semilla fuera del árbol. No reconocieron que Dios se incorporó en nuestro cuerpo, que vive y se alimenta del cuerpo de la Tierra, que gira en torno del cuerpo del sistema solar, situado en la extremidad del cuerpo de una galaxia conocida con el bello nombre de Vía Láctea, una entre millones de cadenas estelares expandiéndose por el inconmensurable cuerpo del Universo.

El no percibir que todos somos el cuerpo místico de Cristo hace que la fe equivocada exilie a Dios fuera de su Creación, confundiendo trascendencia con deslocamiento espacial. Esa visión distorsionada favorece la perplejidad causada por la noticia de que un científico estadounidense creó vida artificial en el seno de una bacteria. Como si Dios fuese el Gran Relojero definido por Isaac Newton. Pero ¿qué importa el reloj si no marca las horas?

Estamos dotados de inteligencia para desvelar todos los misterios de la naturaleza, desde el Big Bang, comprobado en el superacelerador construido entre las fronteras de Suiza y Francia, hasta el ADN computarizado de la bacteria de Craig Venter. La confusión en que se atora la fe reside en el concepto pagano, griego, de Dios. Lo valoramos más como poderoso que como amoroso, más creador que redentor, más origen de todas las cosas que fin hacia el cual todas las cosas, sobre todo nuestras vidas, deben converger.

Los antiguos creían que sólo Dios podía cambiar la noche en día, hasta que se inventó la luz eléctrica. Sólo Dios era omnipresente, hasta que se inventó la comunicación electrónica. Sólo Dios podría provocar el apocalipsis, hasta que se inventaron las ojivas nucleares.

Dejemos de lado la concepción mecanicista de Dios. Aunque sea creada vida humana en el laboratorio la cuestión permanece igual que la que turbó la mente de Alfred Nobel cuando inventó la dinamita para romper piedras y vio su artefacto usado como arma de guerra: ¿cuál es el grado de egoísmo o de amor con que tratamos con los bienes de la Tierra y los frutos del trabajo humano?

Somos como la vieja que en un mercado indio bajó la cabeza para buscar algo en el suelo lleno de basura. Otros la imitaron. Hasta que preguntó un joven: «¿Qué busca la señora?». «Una aguja». «¡Una aguja! ¡Pero si aquí en el mercado hay millones de agujas a la venta y apenas cuestan nada!». Muchos ya abandonaban la búsqueda cuando ella exclamó: «Una aguja de oro». Entonces ellos volvieron a bajar la cabeza para buscar el precioso objeto. El joven hizo otra pregunta: «¿No tiene alguna idea de por dónde la perdió?». «Sí la tengo -dijo ella-, la perdí en casa». «¿En casa?», replicó el joven. «¿Y nos tiene a todos nosotros aquí de tontos en el mercado?». La vieja dijo a todos los que miraban: «Sí, busco aquí lo que perdí en casa, así como todos ustedes buscan fuera la felicidad y el amor que está dentro de ustedes».

Traducción de J.L.Burguet

Fonte: www.adital.com.br/site/noticia.asp?lang=ES&cod=48340