Tres situaciones vividas en apenas 48 horas:
Martin (a punto de los 7 años). Se le cae un diente en el parque. Ya tocaba. Viene todo feliz a enseñarme su diente, su mella, y dándose media vuelta y a voz en grito para que le oiga todo el mundo dice: «Guay, esta noche el ratoncito me traerá el ipod.» Luego además nos enteramos de que en realidad quería decir el iphone.
Martin otra vez, eligiendo el regalo que le van a hacer sus abuelos por su cumpleaños en una tienda de jugutes, tienda tradicional de barrio. Sabe que hay criterios: sin pilas, juego para jugar tanto solo como acompañado, aproximadamente 40 €, no bélico. A su lado una señora con dos niños dejándose aconsejar por el vendedor. En un momento dado la señora se da la vuelta y muy seria le dice a su hijo: «No te creas. Este regalo sólo es porque esta semana has estado costipado.» El regalo incumplía todos los criterios arriba señalados.
Misma tienda unos minutos más tarde. Niño y madre. El niño de unos 4 años si llega. La madre enseñándole un juguete de unos 25 euros, unos muñecos de una serie de dibujos animados japonesa, violenta, y le dice: «Si esta semana traes punto verde de la guardería todos los días te lo compro.»
Una de mis máximas preocupaciones (quizá porque soy padre de dos chicos de 5 y 7 años) es trabajar el consumo responsable o, al menos, el consciente desde pequeños. Luchas, eso sí, con muchas barreras: los medios de comunicación, los círculos sociales en los que se mueven tus hijos, la familia más o menos lejana, la sociedad en su conjunto. En la situación 1, Martin piensa que el ratoncito Pérez le va a traer tamaño despropósito porque a un niño de su clase, con apenas esos años, ya le habían traído ese teléfono que hace de todo, incluso contestar llamadas. En las otras dos no son sino fiel reflejo de una sociedad que recompensa lo irrecompensable, aquí, ahora y además de manera desmedida. A menudo uso en mis charlas un viejo anuncio de una marca de coches alemana que presenta a un niño de unos 10 años, vestido de astronauta con el auténtico traje de la Nasa, y con un slogan que tan sólo en 12 palabras recoge toda una filosofía: «Si siempre lo has tenido todo ¿por qué vas a cambiar ahora?».
¡Cómpramelo! ¡Me lo pido todo! Algunos psicólogos hablan de la tiranía de estos niños Colón que, al igual que las representaciones escultóricas del descubridor, señalan con el dedo firme lo que quieren, lo que desean. Son tiranos que, dicen las estadísticas, pueden llegar a influir hasta en un 45% de todas las compras de un hogar. En Estados Unidos, que miden todo lo medible y más allá, se ha hecho un estudio que demuestra que padres y madres aguantan 49 «noes» hasta que dicen «sí». Y el niño, que lo sabe, vaya si lo sabe, va contando despacito hasta que se va acercando a la cincuentena, sabedor de que tiene la batalla ganada.
Abogo por una educación en un consumo responsable y consciente desde que son pequeños, muy pequeños. Donde escuela, progenitores, abuelos (sí, los abuelos también tienen la responsabilidad de educar y no como suele decirse), medios de comunicación, trabajemos todos en un gran pacto para conseguir que los niños y niñas sepan lo que cuesta el dinero, el valor de reusar (y rehusar) antes que el usar y tirar, que el cariño verdadero ni se compra ni se vende, para que cuando lleguen las fechas señaladas el niño sepa elegir, sepa desear, porque ahora no sabe qué quiere «si ya tengo de todo».
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Fonte: http://blogs.elpais.com/alterconsumismo/2013/06/compramelo-me-lo-pido-todo.html
Regalo: camisetas varias,pantaloncitos cortos y un pijama. Todo para niños de tres años.Si alguien los necesita que me avise.