¿Se acuerdan ustedes de la Europa resplandeciente de los últimos veinte años, del lujo de las avenidas de los Campos Eliseos, en París, o de la Knightsbridge, en Londres? ¿Se acuerdan del consumismo exagerado, de los desfiles de modas en Milán, de las fiestas de Barcelona y de la sofisticación de los vehículos alemanes?
Todo ello continúa por allá, pero ya no es lo mismo. Las ciudades europeas son hoy calderos de etnias. La miseria empujó a millones de africanos hacia el viejo continente en busca de la sobrevivencia; el muro de Berlín, al caer, abrió el camino para que los jóvenes del Este europeo buscaran en el Oeste mejores oportunidades de trabajo; las crisis del Oriente Medio favorecieron las oleadas de nuevos inmigrantes.
La crisis del capitalismo, iniciada en el 2008, atacó a fondo a Europa Occidental. Irlanda, Portugal y Grecia, países desarrollados en plena fase de subdesarrollo, extienden la mano a los bancos extranjeros y se cobijan bajo el implacable pararrayos del FMI.
El tren descarriló. La locomotora -los Estados Unidos- casi se paralizó, no consigue volver a su productividad anterior y se atasca en el crecimiento del desempleo. Los vagones europeos, como Italia, se tambalean bajo el peso de deudas astronómicas. Se terminó la fiesta.
Se preveía que la economía global crecería, en los próximos dos años, de un 4.3% a un 4.5%. Y ahora el FMI advierte: prepárense, amárrense los cinturones, pues no pasará del 4%. Hay añoranza del año 2010, cuando creció un 5.1%.
El mundo se puso patas arriba. Europa y los EE.UU. juntos no van a crecer en el 2012 más del 1.9%. Mientras que los países emergentes avanzarán del 6.1% al 6.4%. Aunque no será un crecimiento homogéneo. China, para envidia del resto del mundo, deberá pasar a un 9.5%. Y el Brasil al 3.8%.
Aunque el FMI evite hablar de recesión, ya no teme hablar de estancamiento. Lo que supone proliferación del desempleo y de todos los efectos nefastos que él engendra. En los 27 países de la Unión Europea hoy día hay 22.7 millones de desempleados. Los Estados Unidos van a crecer apenas el 1% y en el 2012 el 0.9%. Muchos brasileños que salieron del país en busca de una vida mejor están regresando.
Frente a la crisis de un sistema económico que aprendió a acumular dinero pero no a producir justicia, el FMI, que sufre una crónica falta de imaginación, saca del sombrero la receta de siempre: ajuste fiscal, lo que significa recortar los gastos del gobierno, aumentar impuestos, reducir el crédito, etc. Nada de subsidios, de aumentos de salarios, de inversiones que no sean estrictamente necesarias.
Resultado: el capital volátil, la montaña de dinero que circula por el planeta en busca de una multiplicación especulativa, deberá venir de armas y pertrechos para los países emergentes. Por tanto, que éstos se cuiden para evitar el sobrecalentamiento de sus economías. Y, por favor, clama el FMI, no reduzcan mucho los intereses, para no perjudicar el sistema financiero y las ganancias del casino de la especulación.
El hecho es que la zona del euro entró en pánico. Hasta el punto de que los gobiernos, sin peligro de ser acusados de comunistas, se prepararon para gravar las grandes fortunas. Muchos países se preguntan si no cometieron una burrada monumental al abandonar sus monedas nacionales para adherirse al euro. Y miran con envidia al Reino Unido y a Suiza, que conservan sus monedas.
¿Y Grecia, endeudada hasta el cuello, que hará? Todo indica que la mejor salida para ella será decretar una moratoria (afectando directamente a los bancos alemanes y franceses) y salirse del euro.
Pero quien se salga del euro habrá de abandonar la Unión Europea. Y por tanto quedará al margen del actual mercado unificado. Ahora bien, cuando aparezcan los primeros síntomas de esa deserción, va a tener que haber un dios que nos socorra: colas para sacar dinero de los bancos, quiebra de empresas, desempleo crónico, turbas de emigrantes en busca de un lugar al sol sabe Dios dónde.
En los años 80 Europa decretó la muerte del Estado de bienestar social. Cada uno para sí y Dios para nadie. El consumismo desenfrenado creó la ilusión de una perenne prosperidad. Ahora la bancarrota obliga a gobiernos y bancos a poner las barbas en remojo y a repensar el actual modelo económico mundial, basado en la ingenua y perversa creencia de la acumulación infinita.
(Traducción de J.L.Burguet)