Achegamos este artigo de Luis de Sebastián publicado no xornal catalán El Periódico baixo o título de "Londres e os pobres" que fala sobre a cume do G-20.
Como era de esperar, el comunicado final dedica pocas palabras a recordar las dificultades de los países pobres.
“El G20 no tiene que olvidar a los más pobres”, escribía en su editorial el Financial Times del 1 de abril. Ese era el miedo que teníamos muchos antes de la cumbre: que la urgencia del salvamento de los bancos y de la reactivación de la demanda en los países ricos dejara en segundo o tercer término –u olvidara del todo– a los países más pobres de África, Centroamérica y el Suroeste Asiático. “Relancen el crecimiento mundial, pero ayuden a los más necesitados también”, pedía el editorial. Porque, si en los países ricos y en los grandes países emergentes está aumentando mucho el número de los desempleados, en los países realmente pobres, no es que aumenten los desempleados, sino que los que ya hay de siempre están empezando a morirse de hambre. En los países pobres, los gobiernos no pueden reanimar sus economías por medio de políticas keynesianas. No tienen margen para ello. No pueden llevar a cabo medidas de gasto público, porque ni tienen dinero para gastar ni crédito para conseguirlo prestado. Aumentar la oferta de dinero llevaría directamente a la inflación y a una eventual devaluación, sin crear empleo. En los países pobres, el ajuste a la crisis se lleva a cabo simplemente por un descenso brutal del empleo, el consumo y la inversión, y un aumento de la enfermedad y las muertes.
Lo mejor que se podía esperar era que se tomara conciencia de las condiciones especiales de los países pobres; que se restablecieran unas relaciones de comercio internacional que les fueran favorables; que se dotara de más recursos a los organismos internacionales, FMI y Banco Mundial, y se cambiaran las reglas de decisión, como pedían un grupo de economistas famosos encabezados por el premio Nobel Joseph Stiglitz, y, finalmente, que se aumentara la ayuda efectiva al desarrollo con vista al cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo del Milenio en el 2015.
Pero, como era de esperar, el comunicado final dedica pocas palabras a recordar las dificultades de los países pobres, y desea que, con la mejora de la economía de los países ricos, estos puedan ser más solidarios con los más desfavorecidos. De sus necesidades y remedios específicos no se dice nada.
Esperan, quizá, que el efecto rebalse, tantas veces invocado para tranquilizar conciencias, haga el milagro esta vez. Menos mal que la condena del proteccionismo suena convincente.