Este artigo do teólogo brasileiro Frei Betto pode servirnos como introdución ás charlas de Bioética nas que Marciano Vidal exporá a súa visión do tema e tamén para reflexionar con algúns datos na man sobre as novas aparecidas estes días na prensa na raíz da campaña da Conferencia Episcopal, do nacemento do neno andaluz, etc.
"Dereito ao aborto" de Frei Betto
Aunque soy contrario al aborto, admito su discriminalización en ciertos casos, como el de estupro, y no apoyo la postura del arzobispo de Olinda y Recife al exigir que una niña de 9 años asuma una gravidez indeseada con el grave riesgo de su sobrevivencia física (pues la síquica ya ha sido dañada) y llegar a excomulgar a los que la ayuden a interrumpirla.
A lo largo de la historia la Iglesia Católica nunca llegó a tener una postura unánime y definitiva con respecto al aborto. Osciló entre condenarlo radicalmente o admitirlo en ciertas fases de la gravidez. Detrás de esa diferencia de opiniones se sitúa la discusión acerca de cuál es el momento en que el feto puede ser considerado humano. Hasta hoy ni la ciencia ni la teología tienen la respuesta exacta. La cuestión permanece abierta.
San Agustín (s. 4º) admite que sólo a partir del día 40 después de la fecundación se puede hablar de persona. Santo Tomás de Aquino (s. 13) reafirma no reconocer como humano el embrión que todavía no tiene 40 días, que es cuando le es infundida el ‘alma racional’.
Esta posición se convirtió en doctrina oficial de la Iglesia a partir del concilio de Trento (s. 16). Pero fue contestada por algunos teólogos que, basados en la autoridad de Tertuliano (s. 3º) y de san Alberto Magno (s. 13), defienden la hominización inmediata, o sea que desde la fecundación ya se trata de un ser humano en proceso. Esta tesis fue asumida por la encíclica Apostolica Sedis (1869), en la cual el Papa Pío IX condena toda y cualquier interrupción voluntaria del embarazo.
En el siglo 20 se introdujo la discusión entre aborto directo e indirecto. Roma pasó a admitir el aborto indirecto en caso de embarazo tubárico o de cáncer de útero. Pero no admite el aborto directo ni siquiera en caso de estupro.
Bernhard Haering, afamado moralista católico, admite el aborto cuando se trata de preservar el útero para futuras gestaciones o si el daño moral y sicológico causado por el estupro imposibilita el aceptar la gravidez. Es lo que la teología moral denomina ignorancia invencible. La Iglesia no tiene el derecho de exigir a sus fieles actitudes heroicas.
Roma está contra el aborto por considerarlo la supresión voluntaria de una vida humana. Principio que no siempre la Iglesia aplicó con igual rigor a otras esferas, pues defendió el derecho a que los países adoptaran la pena de muerte, la legitimidad de la ‘guerra justa’ y la revolución popular en caso de tiranía prolongada e inamovible por otros medios (Populorum Progresio).
Aunque la Iglesia defienda la sacralidad de la vida del embrión en potencia a partir de la fecundación, nunca comparó el aborto con el crimen de infanticidio, ni prescribe rituales fúnebres o el bautismo in extremis para los fetos abortados.
Para la genética, el feto es humano a partir de la segmentación. Para la ginecología-obstetricia, desde la anidación. Para la neurofisiología, sólo cuando se forma el cerebro. Y para la sicosociología, cuando se da una relación personalizada. O sea que la ciencia carece de consenso en cuanto al comienzo de la vida humana.
Comparto la opinión de que, ya desde la fecundación, hay vida con destino humano y por tanto histórico. Desde la óptica cristiana la dignidad de un ser no deriva de lo que es sino de lo que puede llegar a ser. Por eso el cristianismo defiende los derechos inalienables de quienes están situados en el último peldaño de la escala humana y social.
Pero el debate sobre si el ser embrionario merece o no reconocimiento de su dignidad no debe inducir a un moralismo intolerante, que ignora el drama de las mujeres que optan por el aborto por razones que no son de mero egoísmo o conveniencia social, tal como es el caso de la niña de Recife.
Si los moralistas estuvieran sinceramente contra el aborto lucharían para que no se hiciese necesario y todos pudieran nacer en condiciones sociales seguras. Ahora bien, lo más cómodo es exigir que se mantenga la penalización del aborto. ¿Y por qué no se penaliza el latifundio improductivo, y tantas otras causas que en el Brasil llevan a la muerte cada año a casi 21 de cada 1000 niños que aún no llegaron a los 12 meses de vida?
“En el plano de los principios -declaró el obispo Duchène, entonces presidente de la Comisión Episcopal Francesa para la Familia- recuerdo que todo aborto es la supresión de un ser humano. No podemos olvidarlo. Pero no quiero suplantar a los médicos que reflexionaron despacio sobre este asunto en su alma y su conciencia y que, enfrentados a una desgracia aparentemente sin remedio, tratan de aliviarla de la mejor manera, aún con el riesgo de equivocarse” (La Croix 31-3-1979).
El caso de Recife exige un análisis profundo acerca de los derechos del embrión y de la gestante, el castigo severo de los estupros y de la violencia sexual en el seno de la familia, y de los casos de pedofilia en el interior de la Iglesia y, sobre todo, cómo prescribir medidas concretas que socialmente lleguen a hacer innecesario el aborto.
Artigo lido en Adital e traducido por J.L.Burguet