Dende hai uns meses a nosa compañeira Ildete xunto aos dominicos da comunidade veñen desenvolvendo tarefas de acompañamento ás persoas enfermas hospitalizadas no Nicolás Peña.
Neste pequeno texto Ildete nos achega á realidade das persoas que alí se atopan e ás reflexións que a súa tarefa alí lle espertan.
"La Fiesta del Amor"
Hace dos meses y medios, nosotros dominicos y dominicas de la Parroquia Cristo de la Victoria aceptamos la invitación del Obispo de Tui-Vigo, D. José, para acompañar a las personas enfermas del Hospital Nicolás Peña y llevar hasta ellas los sacramentos correspondientes a este ministerio. Después de dialogar y discernir entre nosotros y hablar con el obispo de algunas condiciones, decidimos que yo, hermana Ildete, fuese ese eslabón conectando el hospital y la comunidad.
¿Cuál es mi misión ahí? Todavía no lo sé exactamente. Lo único que me doy cuenta es que yo fue allí pensando encontrar moribundos, enfermos y sufrimientos y resulta que he encontrado una comunidad de vida. La acogida que he tenido por parte de los médicos enfermeras, enfermos y familiares fue sorprendente. Y a partir de ahí fue conquistando mi espacio y aclarando mi misión allí dentro.
La gente tiene hambre de escucha, de cariño, de atención, y sed de esperanza, de amor, de alguien para compartir su dolor, sus sufrimientos, su duelo y sobre todo su fe y creencias.
De inicio me preguntaba a mi misma: ¿que voy a decir a esta gente y en esta situación? Pero luego he visto que eran ellos los que me decían, que contaban sus vidas, sus valores, sus sueños e ilusiones… y al final mis palabras no eran tan necesarias, con una sonrisa, un apretón de manos y con un beso ya estaba… las palabras fluían desde dentro, desde la comprensión y compasión.
La riqueza y a la vez la densidad del camino que se va abriendo me va conduciendo hacia una certeza: esa experiencia no se puede construir sin una autentica mesa compartida, donde se puedan sentar todos, creyente o no creyentes, sin excluir a nadie. Esto me exige un lenguaje y una actitud ecuménica. Me exige hacer una opción igual la que hizo Jesús de Nazaret, que es de estar a lado de los que están a margen de la sociedad: los ancianos, los enfermos, los abandonados…
Hay mucha vida dentro del hospital: vidas cansadas por el peso de los años, pero con la satisfacción de haber luchado y construido su propia historia, vidas frágiles y débiles pero con la alegría de haber sido entregadas al trabajo, a los hijos e hijas, a la pareja o familia. Vidas que se van apagando con dignidad… ¡Que bueno es llegar a este momento con la alegría de haber vivido cada momento, cada día con intensidad! ¡Que bueno es devolver esta vida al infinito que nosotr@s llamamos Dios!
Como decía Pangrazzi en uno de sus libros: “Es un viaje por el laberinto del sufrimiento humano, a la luz de la esperanza.” Si, cada día por las mañanas cuando voy por los pasillos, entrando habitación por habitación, siento que camino por este laberinto estableciendo con ellos una comunicación profunda y sanadora. Y cuando viene alguno fraile a darles el sacramento de la unción, veo en este gesto en este óleo un gesto de sanación interior y de reconciliación uno mismo. Un gesto de esperanza, de luz y oportunidades de vivir y enfocar mejor el conjunto de la vida, para los familiares.
Todo eso exige de nosotr@s una espiritualidad nueva, una espiritualidad humanizadora que es capaz de humanizar nuestro entorno. Como decía un religioso Camilo “Un hospital sin humanidad es como un matrimonio sin amor o como una Iglesia sin fe”. Y para eso es preciso sacar a la luz y poner en escena los valores humanos que unen a quien ayuda y a quien es ayudado. “La humanidad de una estructura sanitaria depende fundamentalmente de las relaciones que se crean entre los enfermos y los trabajadores sanitarios.
Bueno, una de tantas otras cosas, que nos ayuda a entablar relaciones con los enfermos, familiares, médicos, enfermeras… es celebrar juntos. Celebrar la esperanza.
El hospital no es sólo la ciudad habitada por los diversos rostros del dolor, sino también por los diversos rostros de la Esperanza. Son rostros de esperanza los enfermos crónicos o terminales que irradian serenidad, dando así un ejemplo de valentía. Son símbolos de esperanza los administradores que saben tomar decisiones sabias y valientes por el bien de los enfermos. El cariño y la dedicación de l@s enfermer@s o del los médicos… el reto de la esperanza consiste en tener que luchar constantemente para oponerse a las fuerzas que tratan de ahogarla, negarla o eliminarla. La esperanza trabaja para transformar las crisis en oportunidades, las incoherencias en sana confrontación, y el cansancio en renovado compromiso. En las fiestas de navidad y de Reyes, también aprovechamos para estrechar los lazos entre todos del hospital. Fue una manera de conocer las familias del personal sanitario, los que trabajan en administración, los médicos y a la vez los enfermos quedaron encantados con la visita de los Reyes Magos!!!! También la misa que celebramos el día de noche buena tuvo una repercusión buena transmitiendo serenidad y espíritu navideño al hospital.
Son los pequeños gestos que nos ayudan a mejorar la convivencia, el espíritu de amistad y de familia entre nosotr@s.
Celebrar es ocasión de arrancar el sufrimiento y de acallar los lamentos que rompen el corazón.
Celebrar es Buena Nueva y tiempo de Salvación.
Celebrar es convicción cada día más certera de que Dios es el Dios de la vida de la liberación.
Celebrar es la ocasión de compartir nuestros dones y de aunar los corazones en una misma oración.
Celebrar la fiesta de la utopía para creer que el futuro va a romper todos los muros que el dinero construía.
Celebrar es profecía de un mundo nuevo y cercano porque Dios se encarna, humano, en el seno de María.
Celebrar es compasión por el más necesitado, por el pobre abandonado porque Dios es su bastión.
Celebrar la fiesta de la esperanza con los pobres y sencillos porque Dios se vuelve niño y a todos, su amor alcanza.
Celebrar el gozo inmenso, que la tristeza se hace alegría y se ensancha el universo.
La humanidad se estremece, la pequeñez se enaltece y amanece la utopía.
Celebrar Dios en nuestras vidas, que se reparte en nuestra mesa como pan de comunión.