Debate sobre misas en latín

Artigo de debate sobre o levantamento das restriccións da misa en latín por parte do Papa.

Ofrecemos este artigo para coñecer máis do tema… 

 

¿Es preocupante que se permitan las misas en latín?

Joan Chittister, religiosa benedictina norteamericana

Benedicto XVI, en contra del consejo y de las inquietudes de los obispos del mundo, ha restaurado el rito latino tridentino de la misa. Pero, ¿por qué tanta preocupación? Si algunas personas prefieren la misa en latín en vez de en el idioma local, ¿por qué no? La respuesta depende de cómo entendamos que la misa articula la esencia de la fe cristiana. La misa en latín, por ejemplo, en la que el sacerdote celebra la Eucaristía de espaldas a la gente, en un idioma extranjero –la mayor parte en silencio o, como mucho, en voz baja– convierte a la comunidad, a los laicos, en observadores del rito en vez de hacerles participantes del mismo. El celebrante es el centro del proceso, el ser humano especial, aquel para el que Dios es una especie de dominio privado exclusivo.

La simbología de un celebrante solitario, alejado de la comunidad e independiente de ella, es muy clara: las personas ordinarias no tienen acceso a Dios. Dependen completamente de una casta especial de hombres que contactan con Dios en su nombre. Ellos “no son dignos” de recibir la hostia, o como dice ahora la liturgia, ni siquiera de que Jesús “entre en su casa”. La Eucaristía en estas circunstancias no es ciertamente una celebración de la comunidad. Es un acto sacerdotal, una devoción privada tanto del sacerdote como de los fieles, que está integrada sólo por tres ‘partes principales’ –el ofertorio, la consagración y la comunión. La Liturgia de la Palabra –la explicación de lo que significa vivir la vida del Evangelio– es en el rito tridentino un elemento secundario en el mejor de los casos.

En la Misa en latín el sentido del misterio –de misterioso– el conjuro de un idioma “celestial” en vez de “vulgar” tanto en las oraciones como en los cantos, resalta una teología de la transcendencia. Saca a la persona del caos rutinario, polvoriento, ruidoso y agobiado de la vida diaria y la eleva a otro mundo. Nos recuerda el mundo venidero –hermoso, desconcertante, jerárquico, perfumado– y hace que este quede distante. Nos lleva más allá del presente, nos permite, aunque sólo sea por un rato, ‘librarnos de las ataduras de la tierra’ para entrar en un mundo más místico que mundano. Privatiza la vida espiritual. La Misa tridentina es una liturgia ‘de Dios y yo’.

La liturgia del Vaticano II, por otra parte, sumerge a la persona en la comunidad, en las inquietudes sociales, en la realidad dura, fría y clara, del presente. Las personas y el sacerdote rezan la Misa juntos, en el idioma local, con un tema común. Se relacionan mutuamente. Cantan una iglesia nueva que no sea sexista, que sea incluyente, centrándose todos juntos en el Jesús que caminaba por los caminos polvorientos de Galilea curando a los enfermos, resucitando a los muertos, hablando con las mujeres e invitando a la comunidad cristiana a hacer lo mismo.

La liturgia del Vaticano II trata de acortar la distancia entre la vida que nosotros conocemos y la vida que el evangelio nos presenta. Se zambulle en el reto de santificador la vida cotidiana.

La liturgia del Vaticano II lleva dentro una teología de transformación. No busca crear en la tierra un trocito de cielo; quiere recordarnos a todos el cielo que buscamos. No intenta trascender el presente. Busca transformarlo. Con personas desligadas crea una comunidad en una sociedad que favorece el aislamiento.

En ambas tradiciones litúrgicas hay fuerza y belleza, por supuesto. No dudo de que cada una necesita un poco de la otra. Después de todo, la Eucaristía es tanto trascendente como transformadora. Pero no nos equivoquemos: en sus mensajes fundamentales, nos enfrentan a algo más que a dos estilos distintos de música, o a dos idiomas diferentes, o a dos conjuntos diferentes de normas de liturgia. Nos enfrentan a dos iglesias diferentes.

La elección entre estas dos liturgias diferentes pone a la iglesia en un nuevo cruce de caminos: uno más abierto, más ecuménico, más comunitario, más prosaico que el otro. La cuestión es cuál de los dos tiene más probabilidades de crear el mundo que Jesús nos presenta y con el que nosotros soñamos. Ahora depende de los laicos decidir qué iglesia realmente queremos –y por qué. La que elijamos puede muy bien determinar la naturaleza misma de la iglesia durante muchos años venideros.

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