Comunicado redes cristianas

Los que firmamos esta declaración somos creyentes y militantes cristianos, representantes de  más de 150 grupos, comunidades y movimientos de base  de la Iglesia católica en España. Se trata de un amplio sector de ámbito estatal que, no estando de acuerdo con la postura frecuentemente mantenida por el sector jerárquico en cuestiones opinables, nos hemos coordinado  para manifestar  “Otra voz de Iglesia”.   A esta coordinación le hemos dado el nombre de Redes Cristianas.

Ante la Notificación por parte de la Congregación para la Doctrina de la Fea Jon Sobrino, con dolor y sin ira pero con la libertad que nos da el Evangelio,  queremos manifestar públicamente estas tres cosas: 1 lo que nos hubiera gustado oír de Roma; 2 lo que reconocemos como una valiosísima aportación de Jon Sobrino a nuestra experiencia cristiana; y 3 lo que pedimos y cristianamente exigimos a Roma.

 

1. Nos hubiera gustado oír de Roma, lo decimos con tristeza, una palabra de aliento y de esperanza para acompañar  estos momentos de gran incertidumbre y desconcierto que nos afectan a toda la Iglesia en general. Ante la galopante crisis de credibilidad que está atravesando la Iglesia católica como institución y la no menor crisis que está afectando a la fe cristiana como valor antropológico; ante los grandes retos que la ciencia y los saberes nos están planteando a diario  nos hubiera gustado escuchar desde Roma esa palabra de aliento para  seguir analizando y respondiendo a los nuevos retos y desafíos y seguir caminando. Algo que evangélicamente sonara así: “no temáis,  tened fe y basta” (Mc 5,36); ánimo, “estad siempre dispuestos a dar razón de vuestra esperanza” (1P 3,15).

 

Desafortunadamente no hemos oído esta palabra de apoyo, sino de desconfianza y reproche  por la reflexión llena de ponderación y de fe de uno de nuestros hermanos. Y, ante esta ocasión perdida,  manifestamos con responsabilidad y  convicción que una vez más la Iglesia jerárquica se ha equivocado; que otra vez desaprovecha los signos de los tiempos; que, con escándalo de muchos cristianos,  otra vez  pretende ir  en dirección contraria a la historia y, lo que es más grave,  al evangelio.

 

2. Reconocemos que de la reflexión teológica de Jon Sobrino hemos recibido muy ricas orientaciones que han enriquecido no sólo nuestro conocimiento, sino también nuestro compromiso y nuestra praxis. No podemos olvidar sus grandes aportes a la metodología general y a la sistemática de la Teología de la Liberación,  de la que nos declaramos fervientes seguidores, ni tampoco algunos contenidos específicos que han clarificado nuestra experiencia cristiana y que citamos a continuación.

 

Concretamente,  compartimos con Jon Sobrino el principio hermenéutico de los pobres y su función epistemológica para el discurso y la praxis cristiana. Como bien dice él mismo:  “desde los pobres se ve mejor la realidad y se comprende mejor la revelación de Dios”. Hasta llegar a afirmar que “extra pauperes nulla salus” (fuera de los pobres no hay salvación), lo que, a nuestro juicio, está en el meollo mismo del Evangelio de Jesús. Es cierto que  la Notificación de la Congregación para la Doctrina de la Fe le reconoce esta preocupación por los pobres y oprimidos, lo cual nos alegra; pero le rechaza que  el lugar eclesial de la cristología sea   “la Iglesia de los pobres” y no “la Iglesia que transmite la fe desde los apóstoles”, como si (decimos nosotros)  la Iglesia de los pobres fuera ajena a esta transmisión apostólica. Aunque necesitemos seguir profundizando teológicamente este tema, lo que no nos cabe  duda es que este partir desde los pobres es el testimonio más inteligible que podemos ofrecer los cristianos al mundo de hoy.

 

Compartimos también con Sobrino la imagen que dibuja de Jesucristo como “un ser humano, histórico concreto (para evitar el docetismo)  y sacramento de Dios o presencia de Dios en nuestro mundo”. “Un Cristo divinamente humano y humanamente divino”. Una imagen que recupera lo más obvio de los evangelios: la praxis liberadora de Jesús y  su focalización en el Reino de Dios:  “un mundo como Dios lo quiere, en el que haya justicia y paz, respeto y dignidad, y en el que los pobres estén en el centro de interés de los creyentes y de las iglesias.  Y su relación con un Dios que es Padre, quien confía totalmente, y en un Padre que es Dios ante quien se pone en total disponibilidad”.

 

 Hemos aprendido también de él, y lo decimos con alegría,  un espíritu de compasión y de solidaridad que rebasa la mera justicia y  que él formula como  “principio misericordia”, que arranca desde la debilidad y el dolor de las víctimas y excluidos.

 

3. Lo que pedimos a, lo que exigimos de Roma:

               

La Iglesia que somos y representamos necesita que se reconozca, como punto de partida, el “sensus fidelium”o sentido común, que se cuente con el pueblo cristiano. Porque se nos ha enseñado  que “allí donde se reúnen dos a más en nombre de Jesús,  allí está el Espíritu (Mt 18,20)”. Y nosotros nos reunimos en nombre del Señor Jesús.  Desde aquí creemos  que el “sentido de los fieles” es lo primero,  y que las tareas en la Iglesia (la autoridad, la verdad, etc.) los suscita el Espíritu como servicio para el bien común. En este sentido,  creemos que la Iglesia nace cada día del pueblo y en el pueblo por el Espíritu. Es admirable que cuando la praxis cristiana se encarna entre los pobres,  el pueblo la reconoce como suya  y  la reviste de autoridad. Es más,  las personas que esto hacen  tienen la autoridad que les dan los pobres. Resulta contradictorio que esta autoridad que dan los pobres se reconozca teológicamente como  condición necesaria para proclamar la ejemplaridad o canonización en la Iglesia católica y se le discuta a veces, y hasta se le rechace a  los cristianos que están gastando su vida entre estas “malas compañías”. Necesitamos, pues, y urgimos a nuestra Iglesia  a  volver a la cordura evangélica y a recuperar cuanto antes el “sensus fidelium”.

 

Por otra parte, desde Roma se está dando la sensación de que la tarea del teólogo se reduce exclusivamente a repetir la “doctrina segura” de la Iglesia que, a su modo de ver,  se identifica con la lectura acrítica de las  Sagradas Escrituras ( como si para nada hubieran servido los géneros literarios y los métodos histórico-críticos aplicados en el último siglo a la hermenéutica del Nuevo Testamento), los Santos Padres, los Concilios y Sínodos, los documentos de los Papas, etc. No podemos estar de acuerdo con esta visión alicorta de la teología.  Necesitamos, y hoy más que nunca,  teólogos que, aunque puedan equivocarse, intenten interpretar los signos de los tiempos, las nuevas experiencias de los cristianos, abrir caminos, apuntar a la utopía, mantener la esperanza. La repetición sin creatividad empobrece el espíritu  y convierte al Dios de Jesús en un ser mudo que está de vacaciones desde que inspiró, por última vez,  el Apocalipsis de San Juan. Nosotros seguimos creyendo que el Dios de Jesús “es un Dios de vivos y no de muertos” (Mt 22,32). Deberíamos  asumir también en cristiano que no se puede pensar, creer, ni actuar lo mismo desde un palacio que desde la calle de los pobres. Necesitamos,  pues,  teólogos que, como Jon Sobrino, nos abran caminos y mantengan firme  la esperanza y la ternura.

               

Pensamos, finalmente, que en estos momentos que estamos atravesando (también el mismo Planeta en que vivimos),  nuestra Iglesia más que una Congregación para la Doctrina de la Fe, lo que está necesitando es una  Vicaría para la Atención a los Pobres, una Vicaría de la Ortopraxia y no tanto de la ortodoxia. Porque, siguiendo  el buen sentido de Pablo a los cristianos de Filipos,  “entre nosotros debemos tener la misma actitud del Mesías Jesús: quien, a pesar de su condición divina (ordodoxia), no se aferró a su categoría de Dios; al contrario se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, haciéndose uno de tantos” (ortopraxis) (Fl 2).

 

Redes Cristianas

20 de marzo de 2007

 

NB. Para adhesiones: [email protected]

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